Te conviertes en acreedor de la empresa o estado que se compromete a devolverte el dinero más unos intereses en un plazo determinado. Por lo tanto, asumes el riesgo de crédito del emisor, esto es, el riesgo de que el deudor no pueda hacer frente a su deuda ("impague").
Recibirás el pago de los intereses en forma de cupón de forma recurrente y, finalmente, la devolución del principal. A diferencia de los dividendos en la inversión en acciones, el cobro de los cupones no es variable en función de los beneficios generados por la empresa, sino que es un importe fijo conocido en el momento de la emisión (de ahí que se denomine "renta fija"). El inversor en bonos debe analizar la capacidad de la empresa para hacer frente a la deuda y no tanto por su crecimiento o los beneficios que esta genere. Obviamente, cuanto mejor evolucione el negocio y mayores sean los beneficios, mayor capacidad de repago tendrá la compañía. El inversor en renta fija no se beneficiará directamente de ello, aunque sí tendrá mayor seguridad sobre la solvencia del deudor y, por lo tanto, la probabilidad de repago de su deuda.
Asumes el riesgo de variación del precio del bono. Como las acciones, el mercado valora constantemente los bonos. Por eso, su precio no es fijo y si decides deshacer tu inversión antes del vencimiento del bono, asumes el riesgo de mercado, esto es, de variación del precio del bono. En cada momento, el mercado exige una rentabilidad para convertirse en acreedor: es lo que se denomina "TIR". Aunque el cupón este fijado, el inversor puede conseguir una rentabilidad inferior o superior comprando el bono por encima o por debajo, respectivamente, del precio de emisión. Por lo tanto, cambios en la TIR provocarán variaciones en el precio del bono. Pero esto sólo te afectará si vendes el bono antes del vencimiento.