Cartera de inversión: qué es y cómo crearla
Ahorro e Inversión I 22 de abril de 2024
Al conjunto de activos en los que una persona o empresa ha invertido se le denomina cartera de valores o cartera de inversión. Una cartera de inversión responde al objetivo primordial de diversificar riesgos, pero no se crea aleatoriamente, sino que es fruto de una estrategia. En este artículo te contamos cómo se hace.
Una cartera de inversión es la selección de activos financieros que posee un individuo o entidad. Pueden ser acciones, obligaciones, fondos, divisas, etc., que el inversor va comprando, vendiendo o conservando a lo largo del tiempo que mantiene su inversión.
El objetivo que lleva a construir una cartera de inversión es maximizar la rentabilidad de las inversiones diversificando el riesgo entre diferentes productos financieros. Al repartir el dinero en diferentes clases de activos lo que se busca es reducir la exposición a riesgos: si un sector o tipo de activo se desempeña mal, otros podrán comportarse mejor y compensar posibles pérdidas.
La creación de una cartera de inversión depende de los objetivos financieros, el horizonte temporal, el perfil de riesgo y las preferencias de cada inversor. A este respecto, un inversor conservador compondrá una cartera conservadora, priorizando activos que le ayuden a preservar el capital (por ejemplo, apostando por activos de renta fija), mientras que otros inversores pueden componer una cartera más agresiva, con productos más arriesgados pero al mismo tiempo potencialmente más rentables.
Cuando el inversor compra activos, estos se depositan en su cartera; si los vende, se eliminan.
La cartera de valores suele contener acciones y otros instrumentos financieros, como bonos, fondos cotizados, fondos de inversión, divisas, materias primas, derivados, etc. También se suelen considerar como parte de la cartera de un inversor otros títulos no negociables, como obras de arte o bienes raíces.
La creación de una cartera de inversión responde a la estrategia inversora de su titular. Según sean sus objetivos financieros y la perspectiva temporal de su inversión, potenciará unos u otros activos.
La asignación de los activos —es decir, la ponderación y el valor monetario de los instrumentos financieros que incluye la cartera— influye en la relación entre la rentabilidad y el riesgo.
El reto es lograr una carrera diversificada que ofrezca un buen rendimiento que compense los riesgos implícitos de toda inversión. La cartera óptima será aquella que maximice la rentabilidad para el nivel de riesgo preestablecido.
La gestión de una cartera de valores puede ser activa o pasiva. En el primer caso, requiere una atención constante: el gestor compra y vende activos con frecuencia, con el objetivo de lograr una rentabilidad superior a la de un índice de referencia, mientras que en el caso de gestión pasiva, la finalidad es replicar el rendimiento de este índice de referencia. Para ello se escogen títulos que sigan una evolución similar.
En cualquier caso, las carteras de inversión requieren de un monitoreo constante y ajustes periódicos para seguir manteniendo el equilibrio entre riesgo y rendimiento deseado por el inversor.
La cartera de valores pertenece al inversor, pero este no suele gestionarla directamente, salvo que cuente con los suficientes conocimientos y experiencia para ello. Lo más habitual es que los inversores deleguen la gestión de sus carteras en profesionales, como asesores financieros o gestores de fondos de inversión o de banca de inversión, que toman todas las decisiones concretas de composición y administración de la cartera siguiendo las instrucciones del cliente.
Adicionalmente también pueden recurrir a los roboadvisors, plataformas online que se basan en algoritmos para gestionar carteras de inversión y realizar recomendaciones personalizadas.
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